Claudio Pizarro quiere ir al Mundial, y aprovecha cada oportunidad que tiene para hacerlo saber. Un anhelo comprensible, desde luego. Yo también sueño con vestir la blanquirroja en Rusia. Falta más de medio año para ello y ya comencé mi acondicionamiento físico. Tengo la misma edad que Claudio, así que los años no son excusa. Por ahí que llego en buena forma. Gareca podría evaluarme.
Debo reconocer, no obstante, que Pizarro me lleva cierta ventaja. Juega en una de las ligas más importantes del mundo, la Bundesliga, donde además ha logrado establecer números históricos. Estuvo sin equipo un tiempo, pero nunca se retiró. Con su gran cartel, pudo haber optado hace varios años por la prejubilación de las estrellas en algún emirato, como hizo por un tiempo Jefferson Farfán, para ganar un sueldazo. No lo hizo. Incluso en las postrimerías de su carrera, siempre optó por la competitividad. Si el entrenador de la selección es coherente con el discurso que ha mantenido –ese que dice que todos son convocables, a condición que estén en actividad en una liga competitiva–, entonces Claudio debería estar siempre en el bolo.
Con todo, la sola expresión de voluntad de Pizarro de volver a vestir la camiseta peruana ha desatado una tormenta de indignación entre buena parte de la recalcitrante hinchada peruana, que lo quiere fuera, bajo el argumento de que ya tuvo sus oportunidades y las desperdició. En términos coloquiales, Pizarro «ya fue». Que vaya a Rusia si quiere. Total, plata no le debe faltar para alojamiento y entradas.
Si Claudio ha aprendido algo de sus más de 20 años como futbolista profesional, todos estos cacareos deberían tenerlo sin cuidado. En el fútbol –él debe saberlo bien– el amor y el odio eterno prácticamente no existen. No hay resentimiento que no se apague con dos goles bien puestos en el momento apropiado. Lo que tiene que hacer es ponerse a jugar, sacar a su equipo de la zona de descenso, y seguramente tendrá su chance de ser el Roger Milla peruano. Siempre y cuando superemos a Nueva Zelanda, claro está.
Dicho esto, ojalá Gareca no lo lleve. Habría que aceptarlo, porque a estas alturas no somos nadie para criticar al hombre que goza de una bien ganada popularidad por arriba del 90%. Pero sería una pésima señal. No para la tribuna, que al fin y al cabo pesa lo que pesa, sino para la selección. Y sí, la selección somos todos, pero los que juegan son ellos. Y que a nosotros nos caiga antipático Pizarro no quiere decir que sea igualmente resistido en la selección.
Si, llegado el momento, Gareca se ve en la necesidad de contar con Claudio Pizarro, será porque no habrá logrado encontrar mejores alternativas para el ataque de la selección.
En principio, da la impresión de que en el esquema que prefiere Gareca Claudio Pizarro no tiene sitio. Perú juega con un solo punta como referencia fija y el resto de sus piezas de ataque tiene como principal atributo la movilidad constante. Pizarro nunca estuvo para eso, menos lo estará a los 39.
Tampoco está, desde luego, para reemplazar a Guerrero, ni siquiera en el infausto escenario de que el Depredador se lesione. Cuando no hace los goles, el juego de Paolo en la selección consiste en fijar a los centrales rivales, estirar la cancha, correr al hueco y comer una buena dosis de patadas. Pizarro tampoco tiene la movilidad ni la resistencia para emprender esa tarea.
El único escenario concebible en el que Claudio podría ser útil para Perú a estas alturas es uno de desesperación absoluta. Con el equipo volcado en ataque en busca de un gol salvador en los últimos minutos, tirando centros y pelotazos en busca de una cabeza salvadora o un rebote providencial, Claudio puede todavía aportar esa contundencia de último recurso que nunca viene mal.
Aun así, es de esperarse que Gareca encuentre otras alternativas mejores –más jóvenes, con más movilidad, que cubran otras facetas del juego– para cubrir ese papel quizás no tan grato pero necesario. Ojalá sea así, y el Bombardero se quede en el hangar luego de competir en buena lid.
Pero si se gana el puesto, habrá que respetar la decisión de Gareca. Y desearle lo mejor. Espero que no sea mucho pedir.
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