Todos los pueblos necesitan de relatos para constituirse. Se construyen a partir de historias que ayudan a generar una identidad colectiva. En ellas siempre están presentes padres fundadores, un carácter común construido a partir de episodios y batallas, enemigos que representan todo lo que no es el pueblo, y en algunos casos, un traidor, un chivo expiatorio al que se le puede culpar de todos los males que sufre la población. En los últimos treinta años, el pueblo peruano se ha especializado en crear relatos llenos de chivos expiatorios. Y muchos de ellos aparecían ataviados con la camiseta de la sección nacional.

Quizás el chivo expiatorio más recordado del fútbol peruano sea el ‘Condor’ Mendoza. Para muchos ese increíble blooper que cometió en el partido contra Ecuador en las eliminatorias evitó que llegáramos al mundial de Alemania 2006. Incluso diez años después diversos medios recordaron el terrible error. Otros jugadores como Pablo Zegarra o Juan Reynoso y técnicos como Pacho Maturana y Paulo Autuori también han ingresado al grupo de los villanos que en el imaginario popular aparecían como los traidores que jugaban en contra de nuestra selección. De acuerdo al relato tranquilizador, sus errores nos condenaron y evitaron que podamos llegar al paraíso.

Concluida la tercera fecha de las clasificatorias eliminatorias, la prensa deportiva nacional ya empezó a tranquilizar al sufrido hincha apelando una vez más al relato del chivo expiatorio. Tras el vergonzoso empate con Venezuela, el trabajo era fácil. Los titulares y comentarios se fijaron en un viejo conocido. Una vez más el capitán Claudio Pizarro era presa de los pedidos de jubilación y se pedía su reemplazo por jóvenes con mayor coraje y determinación. Siguiendo a González Prada, el clamor era “los Pizarro a la tumba, los Ruidiaz y los Flores a la obra”. Pocos recordaban que días atrás, los goles del ‘Bombardero’ en Alemania habían provocado que se diera un consenso general en los medios sobre su necesaria titularidad ante un débil conjunto venezolano.  Como es costumbre, la memoria solo alcanzaba para los noventa minutos del partido. El culpable estaba sentenciado.

Sin embargo, tras la derrota con Uruguay, algunos comentaristas han sido más creativos. Han dejado tranquilo a Pizarro y han enfilado sus baterías en uno de los favoritos de la afición: Paolo Guerrero. El nuevo relato indica que dos goles errados por el ‘Depredador’, al inicio de los partidos contra Venezuela y Uruguay, sentenciaron nuestra suerte. La falta de temple del nueve peruano en los momentos clave ha terminado de ahogar el sueño mundialista. No importaba que  Guerrero hubiera anotado el gol que permitió la recuperación contra los llaneros. El  traje de chivo expiatorio le calza perfecto en estos momentos en que es necesario tranquilizarnos y  olvidar que no tenemos material para llegar a un mundial. ¿Para qué preocuparnos de nuestras carencias cuando podemos culpar a un jugador de todos los fracasos del fútbol peruano?

Por suerte, Gareca ha demostrado que está muy lejos de ser populista. En una muestra de coraje, se mantuvo en su ley y no apostó por las jóvenes promesas en el partido con Uruguay. No logró un resultado positivo pero manteniendo su base de jugadores salió con la frente en alto del Centenario. El seleccionador nacional se niega a aceptar el relato de los chivos expiatorios. Probablemente, si pudiera postular, no ganaría las elecciones  presidenciales pero sí se obtendría el consuelo del voto de la decencia.