Claudio Pizarro quiere ir al Mundial, y aprovecha cada oportunidad que tiene para hacerlo saber. Un anhelo comprensible, desde luego. Yo también sueño con vestir la blanquirroja en Rusia. Falta más de medio año para ello y ya comencé mi acondicionamiento físico. Tengo la misma edad que Claudio, así que los años no son excusa. Por ahí que llego en buena forma. Gareca podría evaluarme.
No podría ser casualidad que el fútbol peruano empezara su triste y prolongado declive en 1985. Total, por esos años, todo parecía irse al diablo en este país. Así como los goles que se devoró el ‘Chevo’ Acasuzo en esa repesca con Chile que terminó de sacarnos de México 86, por esos años la esperanza era algo que se nos escurría de las manos.
El Celtic recordó de qué está hecho. Después de caer 7-0 en el Camp Nou, frenaron la tanda de victorias seguidas del City de Pep. Acá dejamos el recuerdo de su victoria más sonada de los últimos años contra el equipo que los acaba de humillar, el Barcelona, otra vez en Glasgow como una especie de revancha anacrónica, y un poco más de historia.
Toda elección define un rumbo, pero el nacimiento decide el destino. Fundar un club de fútbol en Glasgow, bajo el yugo inglés, en plena era Victoriana, ya es de por sí nacer marginado. Pero un club creado en 1887 bajo la pobreza, por descendientes de irlandeses católicos fuera de su patria y donde prevalece otra religión, era indicio suficiente para que el Celtic quedara relegado a las curiosidades del pasado, ni soñar con la gloria.
Pero esta lectura de laboratorio, como toda perspectiva elitista, olvida que en la periferia los hombres se acostumbran a la lucha y comprenden que en cada logro está la gloria que sólo ellos no vieron como imposible.
El Celtic de Glasgow llegó a la temporada 1966-67 del campeonato más importante de Europa con pocas ilusiones, a pesar de que celebraba su 80 aniversario. El equipo lo conformaban escoceses que nacieron en un radio de 50 kilómetros de Parkhead, donde se levanta su estadio, Celtic Park. Enfrentar el campeonato de clubes más importante del mundo con jugadores nativos ya es de por sí bello, y hoy improbable, pero ese mismo año a lo bello sumaron lo impensado: el Celtic del 67 es el único equipo escocés que ha levantado el trofeo de clubes más distinguido del mundo, y el primer británico en hacerlo; ni el Manchester United, ni el Liverpool, los celtas lo hicieron antes que cualquier inglés. En la final en Lisboa vencieron 2-1 al mítico Inter de Helenio Herrera, el favorito de todos que ya conocía de títulos a nivel continental.
No fue una casualidad el logro de los Leones de Lisboa —así se les recuerda, lo merecen, más si el apodo parece haber sido obra de futboleros portugueses.
El Celtic Park es un infierno al que le falta prensa. Sus más de sesenta mil almas ven en ese campo la ilusión, la posibilidad de la noche heroica en esa camiseta de listones albiverdes, tan clásica, tan hermosa. Y si hay que ir afuera, se hacen sentir. No tengo la menor duda de que en Portugal hace 45 años fueron locales.
¿Contra qué lucha el Celtic? Se enfrenta a lo imposible. En el 2012 cumplieron 125 años y, por casualidad del calendario, recibieron al Barcelona campeón de todo. Pero los escoceses no fueron a ver a los catalanes ni a Messi, pagaron su entrada para ver al Celtic y sólo al Celtic, recibieron a sus once en un campo de leyenda: las graderías ataviadas con todo el color y la esperanza, los cantos recordando que nunca caminarán solos. En los 90 minutos, con ese fútbol respetuoso de la tradición inglesa de juego vertical por las bandas, de celebrar cada balón parado como un gol —pueden jactarse de no haber traicionado sus raíces como se ha hecho en Londres, de ser más británicos en la cancha que los propios ingleses—, obligaron a la orquesta blaugrana a someterse. Ese 2-1 quedará en la memoria como un glorioso aniversario.
En el fondo, aquel fue sólo un momento. No vencieron al Barza, superaron sus inicios, la marginación de nacer, crecer y mantenerse católicos en una ciudad protestante. Jugaron con decisión y coraje, con una plantilla que ya no es nativa —va desde Honduras hasta Grecia, de Venezuela pasa por Israel y el resto de Europa, pero jamás por Francia, y no olvida al África subsahariana—, las tribunas celebraron cada balón parado como dicta la tradición inglesa y de la esquina vino el primer gol. En el segundo, una pelota larga, dividida, esperaron el error y mataron. El descuento del Barza sólo hizo la noche más emotiva. Vieron cuál era su origen y no lo cambiaron. Comprendieron cómo y dónde habían nacido, y al hacerlo, vencieron.
Quien niegue que el Celtic es un grande, sabe de fútbol lo que dicen los tabloides. Quien no considere que los campeones de 1967 en Lisboa fueron en realidad unos leones, ha perdido la capacidad de imaginar. Quien no vea que el origen no define el infortunio, que a veces la voluntad supera el nacimiento, que quien lucha y casi siempre es derrotado encuentra en los pequeños momentos la grandeza, ha olvidado lo que es la vida. Quien diga que el Barcelona perdió, no que el esfuerzo y la determinación marcaron la celebración de esos 125 años en Glasgow, no sabe que esta victoria estará por siempre en los libros justos de la historia.
Bruno, Jaime y Fabrizio intentan ver a través del humo. Esta semana: apuestas saldadas, el Super Bowl 50, el fenómeno Leicester en Inglaterra y el fenómeno Lapadula en el Perú.
Martavis Bryant y una atrapada con volantín. Touchdown Steelers.
Por Fabrizio Tealdo
Dentro de las carencias del fútbol peruano, el Callao y La Victoria se han mantenido por décadas como las principales zonas de formación de jugadores. Y dentro del Callao y La Victoria, son Alianza Lima y la Academia Deportiva Cantolao las principales canteras. Cantolao y Alianza han hecho su parte en el deber formativa. Basta revisar la procedencia de algunos jugadores de la selección peruana: Farfán, Guerrero, Carrillo, Pizarro, Zambrano, el chalaco Lobatón —antes de pasar a Cristal— entre otros, surgen de Alianza o Cantolao. Si se repasan los históricos, “Cachito” Ramírez salió del Boys, Barbadillo del Callao, y los históricos de Alianza son mayoritarios (Cubillas, Cueto, Velásquez, en fin), y en una época, Municipal promocionó jugadores como “El cholo” Sotil, oriundo de Ica. La ‘U’ también dio lo suyo, aunque sus logros no son directamente proporcionales a la formación de base.
ALDO MARIÁTEGUI TIENE RAZÓN: el problema del Perú siempre ha sido la izquierda, siempre la izquierda. Llevamos al menos 20 años buscando ese zurdo prodigioso que nos complete la línea de 4, que marque con solvencia y se proyecte con criterio. Ni siquiera le pedimos que desborde y llegue hasta el fondo; con uno que otro buen centro estaríamos conformes. Pero ni eso tenemos. El lado izquierdo de nuestras selecciones es un permanente agujero negro.
Nuestra carencia desafía la estadística: ahora mismo la población peruana es de 30 millones de habitantes. De ellos, algo menos de la mitad es hombre, es decir, 14 millones y pico. Si, como dice Wikipedia, alrededor del 8% de la población es zurda, eso implica que en el Perú debe haber un millón de potenciales candidatos a cubrir el carril izquierdo. Sin embargo, Gareca optó por llevar a Chile y alinear como titular contra Brasil a Juan Manuel Vargas, en la práctica un ex jugador. Sobran los comentarios.

El último que supo ocupar la banda zurda con mínimo decoro fue Percy Olivares, quien para más inri era diestro. Y tampoco habrá sido tan destacado si Oblitas (el último que estuvo a punto de guiarnos a un mundial), optó en más de una ocasión por sentarlo. Su agilidad de pies (esa que luego lo consagró en El Gran Show) lo hacía desequilibrante en ofensiva pero muy frágil en la marca. Lo que llegó luego fue una serie de esperanzas que se quebraron: Mario Gómez o Juan Alexis Ubillús, por ejemplo. A tanto llegó nuestra desesperación que hasta Walter Vílchez ocupó el puesto. Luego apareció el Loco Vargas, que emocionó porque tiene dinamita en el pie izquierdo, pero nunca sintió el puesto. Y eso fue hace 10 años. Demasiado ida y vuelta para su creciente barriga.
Lo cierto es que el Perú nunca ha sido tierra de laterales. En la tierra que se proclama la segunda patria del tiqui-taca (después de Brasil) nunca ha sido bien visto el oficio pedestre del obrero condenado a subir y bajar sin parar, relegado a los confines del campo. Será que zurdo que encontrábamos con un mínimo de talento lo promovíamos a labores supuestamente más elevadas, como puntero izquierdo o volante de primera o segunda fila. Es que ser lateral cansa y encima requiere muchísima disciplina y entendimiento del juego, pues eso de decidir cuándo toca proyectarse y cuándo hay que cerrar no es tarea para improvisados. Encima, no es un puesto muy vendedor y es fácil encontrarse con un adversario habilidoso que se empeñe en dejarte en ridículo. Sale más a cuenta renunciar a la parte engorrosa del puesto y declararse abiertamente ofensivo, aunque eso vaya a contramano con el fútbol contemporáneo, que demanda tanto talento como sacrificio.
Que Perú deje de ser cantera de hinchas y se convierta en semillero de laterales nos ahorraría muchos disgustos. Pero claro, no es tan sencillo. Requiere tener vocación de actor de reparto en un país que se muere por las vedettes.
NADIE PUEDE NEGAR QUE EN EL FÚTBOL LA HISTORIA PESA. Lo que enerva en el caso peruano es la exageración. Cada campaña de la Selección es la repetición de un ritual que empieza con un relámpago esperanzador (un gol, alguna victoria, un par de buenos partidos) y termina siempre de la misma manera: la profunda decepción. Quizás por eso, porque en el fondo sabemos que la historia siempre ha sido mala con nosotros, es que nos empeñamos tanto en sostener disparates o títulos sin valor, como cuando sostenemos que la U es un equipo copero, o insistimos en que la volante peruana fue la mejor de la primera fase de Argentina 1978. Como sabemos que la historia ha sido mala con nosotros, tratamos de reescribirla de modo un poco patético. Pero al final ésta (al menos para nosotros) se repite, sintetizada en una frase que ya es sabiduría popular: jugamos como nunca, perdimos como siempre.

Aún faltan al menos dos partidos para poder hacer una evaluación de lo que dejará para Perú esta Copa América, pero el partido con Brasil sirve como buen resumen de una realidad que trasciende a técnicos y jugadores: qué culpa tendrá Gareca de un drama que no han podido resolver, a lo largo de más de dos décadas, ni distinguidos psicólogos ni los chamanes más reputados del país. Freddy Ternero y su Cienciano supieron romper el círculo vicioso durante un par de años, pero su método –que demandaba caminar sobre carbones ardientes– era de difícil reproducción. Eso, sumado a una dirigencia que no supo –no quiso– aprovechar la oportunidad para fortalecer una institución, hizo que el papá cusqueño quedará como la excepción que confirma la regla.
De cualquier forma, la motivación y el autoconvencimiento son solamente una parte del problema, seguramente la más fácil de resolver. No se trata de creer que podemos ganar, sino de saber hacerlo. Esto requiere, desde luego, de una predisposición hacia el éxito, pero también de oficio y pericia. Esas virtudes que orientan para no perder las marcas, no cometer faltas innecesarias, no caer en las provocaciones del rival y, más bien aprovechar su desesperación. O, como el domingo, entender cuándo es el momento para bajarle el telón al partido, dejar de intentar ganarlo en los descuentos y dar un empate por bueno y guardar la pelota en el banderín del córner, lo más lejos posible del arco propio.
Perú no puede hacer nada eso. En su peor versión es claramente superado por sus rivales; en la mejor, planta cara de igual igual, o incluso juega mejor, pero nunca demuestra una predisposición activa para cerrar los partidos; más bien se limita a esperar que el tiempo corra. En los últimos diez minutos, el futbolista se confunde con el hincha que aprieta los puños, grita al televisor y pregunta cada dos minutos cuánto tiempo queda, porque más que eso no puede hacer. El futbolista sí puede, pero la ansiedad le come las piernas más rápido, no lo deja pensar con claridad y, en última instancia, lo paraliza. Luego dice que no mereció perder, lo cual a lo mejor es cierto, pero sólo durante los primeros 85 minutos.
Cambiar esto no puede ser fácil, menos en el Perú, el país de tantas oportunidades desperdiciadas. Pero algún día habrá que empezar. Un primer paso sería convencernos que la historia no cambiará por el resultado de un solo partido. Aunque sea una victoria sobre Brasil.
Seis ediciones consecutivas de la Copa América alcanzando los cuartos de final; la última vez que no clasificó fue en 1995. Desde el 93, ha sobrevivido a dos grupos de la muerte. Suenan a los palmarés de una selección consolidada, pero no, son los de la blanquirroja. Hay más. En 1993 Perú clasificó invicto en el Grupo B, que completaban Brasil, Chile y Paraguay; la Roja de “Bam Bam” Zamorano se quedó en el camino, con soberbia actuación de “Miguelón” Miranda, tapada de penal incluida al 9 de la selección chilena y el Real Madrid en el partido decisivo, que ganamos 1-0 con gol de “Chemo” Del Solar. En el 2001, la selección clasificó como el mejor tercero también del Grupo B, otro de la muerte, completado por Brasil, México y Paraguay.
¿Cómo una selección que deambula entre el malestar y la vergüenza ha tenido actuaciones por encima del promedio, mejores que las de mundialistas como Paraguay o Ecuador? Hay algo de mérito de la blanquirroja, selección que al tener un plantel tan corto, le sientan mejor los torneos que duran semanas a los que se prologan años como las Eliminatorias. El otro es que clasificar en la Copa es fácil, tremendamente fácil.
De doce selecciones, en la fase de grupos sólo se quedan cuatro. El resto, directo a cuartos de final. Costa Rica pasó la primera fase en el 2004 con un partido ganado y -3 de diferencia de gol; Uruguay en el 99 con 3 puntos y -2 de promedio; Colombia en el 97 también con 3 puntos y 0 de promedio. Los números en la Copa nos juegan a favor. En la edición actual basta con ganarle a Venezuela y que en otro grupo dos equipos saquen un punto; o sea, que empaten entre ellos y pierdan sus otros dos partidos. Es tan mero trámite, que incluso con un empate y si no te golean, se puede llegar a cuartos. Nunca se ha dado, pero siempre hay una primera vez. Como está Perú, hay que apuntar a lo inédito. Varios venimos haciendo numerología desde antes de empezar a jugar.
Pero no solo está el tema de lo fácil que es pasar. Añado el ya mencionado asunto del plantel corto. En una Eliminatoria, las lesiones, declive de rendimiento durante la temporada, en fin, todos los factores que conocemos de memoria, se vuelven intramitables debido al fixture largo, con fechas distanciadas por meses. Sin embargo, en unas cuantas semanas son manejables para un once con las ideas claras y una cuota decente de gol. La prensa, además, juega menos en contra, porque el hostigamiento se reduce fuera de las fronteras, donde los enviados especiales o corresponsables prefieren adular para conseguir notas y los asediados por la prensa extranjera son las estrellas que visten otras camisetas. Anímicamente la Copa no pesa tanto para la blanquirroja. No tiene punto de comparación con la presión del Mundial, al límite de que Peredo sostiene que la Copa es una prueba para ver el lugar en el que estamos parados a nivel Sudamérica y apuntar al Mundial del 2018.
Todo esto lleva a que Perú suela clasificar en la Copa, incluso con resultados históricos como aquel 3-0 a Uruguay, la reciente eliminación en cuartos a Colombia o el repaso que Paolo Guerrero le dio a la zaga venezolana por el tercer puesto de la última Copa América, en ese 4-1 que hizo del antepenúltimo puesto en las Eliminatorias más triste y patético.
El tema, como me dicen varios amigos, es que ahora no estamos ni para ganarle a Venezuela. Si tuviéramos a Jamaica o Bolivia en el grupo, los otros dos del bombo 4, me atracaban la numerología, pero con Venezuela, no. Me gusta dar la contra, qué se le va a hacer, soy un diagnosticado del Dr. Mehmet Uqbar, así que a Betsson para meterle unas fichas de puro loco, a lo Gareca, que apuesta por Vargas de lateral izquierdo para ganar peso ofensivo, como si eso fuera lo que nos falta.
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