El Celtic recordó de qué está hecho. Después de caer 7-0 en el Camp Nou, frenaron la tanda de victorias seguidas del City de Pep. Acá dejamos el recuerdo de su victoria más sonada de los últimos años contra el equipo que los acaba de humillar, el Barcelona, otra vez en Glasgow como una especie de revancha anacrónica, y un poco más de historia.

Toda elección define un rumbo, pero el nacimiento decide el destino. Fundar un club de fútbol en Glasgow, bajo el yugo inglés, en plena era Victoriana, ya es de por sí nacer marginado. Pero un club creado en 1887 bajo la pobreza, por descendientes de irlandeses católicos fuera de su patria y donde prevalece otra religión, era indicio suficiente para que el Celtic quedara relegado a las curiosidades del pasado, ni soñar con la gloria.

Pero esta lectura de laboratorio, como toda perspectiva elitista, olvida que en la periferia los hombres se acostumbran a la lucha y comprenden que en cada logro está la gloria que sólo ellos no vieron como imposible.

El Celtic de Glasgow llegó a la temporada 1966-67 del campeonato más importante de Europa con pocas ilusiones, a pesar de que celebraba su 80 aniversario. El equipo lo conformaban escoceses que nacieron en un radio de 50 kilómetros de Parkhead, donde se levanta su estadio, Celtic Park. Enfrentar el campeonato de clubes más importante del mundo con jugadores nativos ya es de por sí bello, y hoy improbable, pero ese mismo año a lo bello sumaron lo impensado: el Celtic del 67 es el único equipo escocés que ha levantado el trofeo de clubes más distinguido del mundo, y el primer británico en hacerlo; ni el Manchester United, ni el Liverpool, los celtas lo hicieron antes que cualquier inglés. En la final en Lisboa vencieron 2-1 al mítico Inter de Helenio Herrera, el favorito de todos que ya conocía de títulos a nivel continental.

No fue una casualidad el logro de los Leones de Lisboa —así se les recuerda, lo merecen, más si el apodo parece haber sido obra de futboleros portugueses.

El Celtic Park es un infierno al que le falta prensa. Sus más de sesenta mil almas ven en ese campo la ilusión, la posibilidad de la noche heroica en esa camiseta de listones albiverdes, tan clásica, tan hermosa. Y si hay que ir afuera, se hacen sentir. No tengo la menor duda de que en Portugal hace 45 años fueron locales.

¿Contra qué lucha el Celtic? Se enfrenta a lo imposible. En el 2012 cumplieron 125 años y, por casualidad del calendario, recibieron al Barcelona campeón de todo. Pero los escoceses no fueron a ver a los catalanes ni a Messi, pagaron su entrada para ver al Celtic y sólo al Celtic, recibieron a sus once en un campo de leyenda: las graderías ataviadas con todo el color y la esperanza, los cantos recordando que nunca caminarán solos. En los 90 minutos, con ese fútbol respetuoso de la tradición inglesa de juego vertical por las bandas, de celebrar cada balón parado como un gol —pueden jactarse de no haber traicionado sus raíces como se ha hecho en Londres, de ser más británicos en la cancha que los propios ingleses—, obligaron a la orquesta blaugrana a someterse. Ese 2-1 quedará en la memoria como un glorioso aniversario.

En el fondo, aquel fue sólo un momento. No vencieron al Barza, superaron sus inicios, la marginación de nacer, crecer y mantenerse católicos en una ciudad protestante. Jugaron con decisión y coraje, con una plantilla que ya no es nativa —va desde Honduras hasta Grecia, de Venezuela pasa por Israel y el resto de Europa, pero jamás por Francia, y no olvida al África subsahariana—, las tribunas celebraron cada balón parado como dicta la tradición inglesa y de la esquina vino el primer gol. En el segundo, una pelota larga, dividida, esperaron el error y mataron. El descuento del Barza sólo hizo la noche más emotiva. Vieron cuál era su origen y no lo cambiaron. Comprendieron cómo y dónde habían nacido, y al hacerlo, vencieron.

Quien niegue que el Celtic es un grande, sabe de fútbol lo que dicen los tabloides. Quien no considere que los campeones de 1967 en Lisboa fueron en realidad unos leones, ha perdido la capacidad de imaginar. Quien no vea que el origen no define el infortunio, que a veces la voluntad supera el nacimiento, que quien lucha y casi siempre es derrotado encuentra en los pequeños momentos la grandeza, ha olvidado lo que es la vida. Quien diga que el Barcelona perdió, no que el esfuerzo y la determinación marcaron la celebración de esos 125 años en Glasgow, no sabe que esta victoria estará por siempre en los libros justos de la historia.