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El fenómeno del niño terrible

Hace ya sus buenos años, cuando yo apenas empezaba en el periodismo, Roberto Challe quiso golpearme. Al menos así lo hizo saber un día a la salida de un entrenamiento de la U. Corría el año 2000 y yo, en uno de mis primeros textos como periodista de una revista deportiva, había relatado ciertas intimidades del vestuario y las concentraciones cremas que mejor no vuelvo a contar. No vaya a ser que Roberto, que otra vez está al frente de la U, se moleste de nuevo conmigo y me quiera pegar otra vez.
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Esta U no es la U

Dulanto anticipó, se elevó y cabeceó al arco. Fue gol. Acto seguido, se tomó el rostro y se desplomó, como si hubiera ganado el Miss Universo. ¿Conmovedor? Más bien patético. Sintomático de la triste situación en la que se encuentra un club que, al amparo de su historia y su mística, solía sentirse superior a todos sus rivales.

Ahora mete un gol y se desmaya.

Y ni siquiera alcanzó para ganar el partido.

(foto: Andina)
(foto: Andina)

Hubo una época en la que se decía que la U nunca jugaba de visita. Ahora juega como si estuviera en campo hostil siempre, incluso en el Monumental. Contra Garcilaso quedó claro que la paliza recibida la semana pasada (1-4 ante León de Huánuco) ha dejado una profunda huella en un plantel demasiado bisoño como para asimilar tremendos golpes. Hay demasiado miedo. La consigna, entonces, fue no cometer errores ante un rival –en la teoría y el la práctica– superior y con más oficio. La línea de cuatro al fondo nunca se desarmó, lo cual no es una virtud, sino un defecto porque sin flexibilidad no hay sorpresa. Sin laterales o centrales que rompan líneas, es difícil hacerle daño a un equipo bien parado.

Son muchas las cosas que Luis Fernando Suárez tendrá que corregir si es que quiere salvar a Universitario del descenso (y si los directivos de la U se lo permiten).

Primero, tiene que inyectarle de algún modo liderazgo al plantel. No es concebible que un equipo grande como Universitario carezca de al menos un líder claro, en lo anímico y en lo futbolístico. Alguien tiene que enarbolar la bandera del carácter. Y aunque no necesariamente carácter es igual a experiencia, está claro que a este equipo le faltan jugadores con kilometraje. La banda de capitán no es un adorno, pues. Pero en este Universitario la lleva Carvallo, un arquero que ni siquiera tiene el titularato garantizado. Otra vez, sintomático.

También le falta alguien que pida la pelota, de preferencia en el centro del campo, y organice los ataques. Un 10, esa especie que en el mundo desarrollado del fútbol está prácticamente extinta, pero que en el Perú todavía funciona. Sino, miren la vigencia sostenida de un jugador como Montaño.

Ahora dicen que llega Raúl Ruidiaz. Es lo que corresponde, porque ya está claro que con lo que hay no alcanza.

Lo que le pasa a la U es la consecuencia de la incompetencia de una seguidilla de administradores y gerentes deportivos que parecen no entender que para los equipos grandes la austeridad a rajatabla no es una opción. El hincha no mira los balances, mira la posición del equipo en la tabla. Sin buenos resultados no hay proyecto económico a largo plazo que se sostenga.  Eso solo se puede lograr armando buenos equipos, y eso cuesta.

Por eso tener un equipo de fútbol es un pésimo negocio. A menos que seas el Real Madrid o el Barcelona.

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