por BRUNO RIVAS
“Quienes olvidan o desprecian la historia están condenados a repetir los mismos errores de ella”, afirmaba Jorge Basadre en el siglo pasado. Décadas después, su frase no pierde vigencia en el Perú. Como prueba tenemos al derroche de optimismo que ha despertado la dignísima participación de la selección de fútbol en la Copa América de Chile. Tras el tercer puesto obtenido, no son pocos los que creen que nuestra clasificación al mundial de Rusia 2018 ya está asegurada. Parecen haberse olvidado de las graves carencias del balompié nacional. Como en ocasiones anteriores, se niegan a aceptar que el Perú, el seleccionado, sigue calato.
Pasada la resaca del triunfo contra Paraguay y la de la celebración por el merecido logro obtenido por el conjunto de Gareca, es importante volver a pisar tierra. Vale la pena hacer una serie de preguntas: ¿Realmente ha crecido el fútbol peruano en esta nueva etapa? ¿Es posible clasificar al mundial con el equipo con el que contamos? ¿Qué tan relevante es la obtención del tercer puesto en la Copa? Para responder esas interrogantes es necesario repasar la historia y mirar nuestro presente.
El gran acierto del libro “El Perú está calato” (Ganoza y Stiglich 2015) es el de poner en evidencia una realidad que muchos no quieren ver: que no hay razones para creer que se está dando un milagro económico peruano. Lo que propone el texto es que el alto crecimiento obtenido por el país en los últimos diez años ha generado un optimismo exagerado que impide que se vean los graves problemas institucionales que sufre nuestro país. Más bien, los autores afirman que el país es víctima de seis trampas que deben ser develadas. Solo aceptándolas podremos tener una visión adecuada de la realidad. Algunas de ellas se aplican muy bien a nuestro fútbol.

La trampa del milagro futbolístico. Hay quienes afirman que Gareca ha logrado un milagro. Sostienen que ahora la selección peruana ha recuperado su estilo y que juega como en los mejores momentos del fútbol nacional. De seguir esa senda lograremos ser competitivos y con suerte clasificar al mundial. No obstante, es importante preguntarnos si no hemos tenido antes un período de crecimiento similar. Ahora son pocos los que recuerdan que a Sergio Markarián, el anterior técnico de la selección, le decían ‘el mago’. La gran performance que logró con un equipo parchado en la Copa América de Argentina 2011 parecían validar su apodo. El tercer puesto en Argentina provocó que muchos se llenaran de confianza y pensaran que la clasificación a Brasil 2014 era más que una posibilidad. Un par de años después, Markarián era acusado de vago y argollero por los resultados negativos obtenidos. Como ya es historia conocida no clasificamos al mundial. La magia se acabó y nadie entendía por qué. Pocos eran los que tomaban en cuenta que nuestros logros en Argentina descansaban, en gran parte, en factores externos. En esa oportunidad clasificamos como tercero en el grupo gracias a que enfrentamos a una selección mexicana sub 20 y vencimos en cuartos de final a una selección colombiana muy distinta que la que participó en las eliminatorias. Si bien tuvimos un buen desempeño también ayudó la falta de jerarquía de nuestros rivales. Ahora con Gareca ha ocurrido algo similar. Los factores externos también han jugado. Empezamos enfrentándonos a la peor Brasil de todos los tiempos y luego vencimos a una Venezuela que jugó setenta minutos con diez hombres. En el partido definitorio de la primera ronda, ‘ratoneamos’, al mismo estilo de Markarián, frente una Colombia que volvió a mostrar su falta de jerarquía. En cuartos tuvimos la suerte de encontrarnos con Bolivia, un equipo muy débil que solo llegó a esa instancia gracias a unos veinte minutos de ensueño frente a Ecuador. Con Chile, mostramos nuestra mejor cara en la adversidad pero finalmente perdimos. En la última presentación le ganamos a Paraguay en un partido que por momentos tuvo ambiente de amistoso. No es el espíritu de este post restarle méritos a la selección, finalmente hizo su juego en cada partido que disputó, pero es difícil creer en un milagro futbolístico tomando en cuenta esas circunstancias.

La trampa de las fábricas sin milagros. En la última década algunas selecciones de menores le dieron alegrías a la afición. Los ‘jotitas’ que en el 2007 clasificaron al mundial sub 17 de Corea del Sur y la sub 20 que logró avanzar al hexagonal final del sudamericano del 2013 fueron la esperanza de una renovación del fútbol peruano. Sin embargo, las máximas estrellas de ambos cuadros o fracasaron en su transición al profesionalismo o no han logrado despegar en sus clubes. Mientras Manco obtiene más titulares por sus excesos que por sus actuaciones en el UTC de Cajamarca y Alonso Bazalar es casi un ex jugador; Yordy Reyna y Benavente no logran trascender en el fútbol de alto nivel. Asimismo, en el torneo local no brillan figuras jóvenes que sean capaces de ser el relevo para los actuales seleccionados. No es casualidad que Gareca haya tenido que recurrir a jugadores experimentados como Pizarro o Lobatón para completar el equipo. No hay recambio para Farfán y Guerrero, nuestras dos últimas grandes perlas, jugadores que ya están por encima de los treinta años. Y sin fábricas capaces de generar productos de exportación es casi imposible poder llegar a la más alta competencia. Sin fábricas no hay milagros mundialistas.

Las trampas de la informalidad y de los clubes perdidos. En las competiciones internacionales es una constante las eliminaciones tempranas de los equipos peruanos. En la última edición de la Copa Libertadores fue bastante doloroso ver cómo los clubes naciones eran eliminados pese a tener todo a su favor. El único hecho destacable de un equipo peruano ha sido la brillante campaña del Cienciano en el 2003-2004 que le permitió ganar la Copa Sudamericana y la Recopa. Sin embargo, el equipo cuzqueño no supo sacarle provecho a ese momento de gloria y actualmente sigue careciendo de instalaciones propias, tiene deudas millonarias y hoy lucha por permanecer en primera división. Y el caso del Cienciano no es el único, los dos equipos más populares del país, Alianza Lima y Universitario de Deportes, sobreviven de administración temporal en administración temporal y no son capaces de superar sus problemas económicos e institucionales. Y es que el fútbol es el reflejo de una sociedad que vive en la informalidad. Son pocos los clubes nacionales que pueden ser incluidos en la economía formal por su cumplimiento en pagos y por contar con las instalaciones y recursos adecuados. En consecuencia lo que tenemos es un campeonato paupérrimo que aleja al espectador de las canchas. A pesar de que ahora, gracias al correcto desempeño de la selección en la Copa, algunos analistas digan que nuestro torneo no es tan malo; la realidad es otra. Equipos como los nuestros poco pueden aportar a un desarrollo sostenido de nuestro fútbol y a la clasificación a un mundial.

La trampa de un Estado débil. El Perú es un país en el que la educación física no es obligatoria. Al parecer al Estado el deporte solo le interesa cuando se cosecha un logro. Deja en manos de cada individuo la posibilidad de desarrollarse en una disciplina deportiva. Esa es solo una muestra de cómo el Estado está ausente en varios ámbitos de nuestra sociedad. Lo que genera esta situación son ciudadanos que no se sienten respaldados por las instituciones y ven cómo sobrevivir por su cuenta. Eso explica la expansión del individualismo y la falta de compromiso con la comunidad. Es en esas circunstancias que se pueden entender declaraciones como la del díscolo seleccionado Andrés Mendoza en las que señalaba que perdía plata por jugar por Perú y que por eso la afición no debía exigirle nada. Finalmente, muchos jugadores han encontrado en el fútbol el vehículo para salir de la pobreza y no sienten que le deban algo a su patria. Por lo tanto, en una sociedad en la que el ciudadano es abandonado a su suerte es difícil que se forme un compromiso colectivo que implique una dedicación a largo plazo como es la clasificación a un mundial. Ya hemos visto como proceso tras proceso jugadores de gran categoría han preferido dedicarse a la juerga antes que concentrarse para sacar adelante un partido. No cabe duda que esta trampa ha estado y sigue presente desde hace mucho tiempo.
Todas estas trampas provocan que sea totalmente pesimista sobre el futuro de la selección en las eliminatorias. Creo que mientras no se superen esos problemas no tenemos opción de llegar a la gran cita futbolística. Sin embargo, esto no significa que dejemos de hacer todo lo posible por llegar. Es loable que Paolo Guerrero diga que nunca bajará los brazos y que Gareca defienda a sus jugadores y al campeonato peruano pero la realidad juega contra ellos. Finalmente son titánicos emprendedores que tienen al sistema en contra. En estos momentos es más importante que se superen las trampas que entorpecen a nuestro fútbol. De lo contrario solo estaremos replicando los errores de nuestro pasado. No habremos aprendido nada, tal y como lo dijo Basadre.
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