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EL FÚTBOL PERUANO SE TERMINÓ DE JODER el día que a un periodista se le ocurrió que era buena idea usar diminutivos para referirse a los jugadores. Desde ahí nos llenamos de foquitas, chiquitos, machitos, jotitas y paolines. Apodos menudos, que no inspiran temor ni respeto, a la medida de un fútbol de escaso vuelo. Y desde entonces seguimos buscando, sin éxito a la vista, un nuevo gran capitán, un patrón, otro diamante aunque sea mal pulido. La nueva camada de chicos de Jota Jota Oré va, inexorablemente, por el mismo camino. Ahora que acaban de llegar de regreso a Lima recién empieza su odisea.

El diminutivo aparenta trato cariñoso, pero es una vil trampa: en realidad es condescendencia. No sé como será en otros países, pero en el Perú quien te bautiza así termina ejerciendo una perversa forma de superioridad moral. Te recuerda lo pequeño que eres. Y lo fácil que será hacerte leña cuando llegue el momento adecuado.

Reimond Manco, el jotita más emblemático, convertido ahora en la piñata favorita del fútbol peruano contemporáneo, era un chiquillo como cualquier otro cuando lo conocí en Ecuador, allá por el 2007. La prensa peruana había bendecido con su desprecio a ese plantel que antes de irse a jugar el Sudamericano celebró un almuerzo en la Videna. Ni siquiera la perspectiva de una comida gratis atrajo a los periodistas ese día. Los chicos se despidieron, viajaron y se aclimataron a la altura de la sierra ecuatoriana en silencio. Cuando les tocó debutar le ganaron a Brasil, Reimond marcó un tanto y mostró su famosa camiseta del tío Pacori. Unos días después, empezaron a llegar los reporteros para presentar en sociedad a estos chicos que el Perú de nada conocía.

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Al inicio de la fase final del torneo, la delegación peruana compartió hotel con el plantel de Brasil en la ciudad de Ibarra. El contraste entre ambos planteles era demasiado evidente. Los brasileños no solo parecían dos años mayores, por contextura física y talla. También eran más ostentosos. Casi todos tenían su propia laptop y pasaban largo rato en los salones del hotel, conectados al wi-fi, jugando, chateando y comunicándose con sus casas. Los peruanos, que hacían cola para usar la única computadora pública del hotel, los miraban con nada disimulada envidia. Por la tarde, cuando los dejaban salir un rato, la mayoría se iba a buscar cabinas de internet.

Durante esos días pude entrevistar a varios jugadores del plantel peruano. Casi todas las entrevistas terminaban con un «¿me prestas un rato tu computadora?». Los chicos se terminaban agolpando detrás de la pantalla, a la espera de poder conectarse aunque sea unos minutos.

Pero Reimond estaba para otras cosas. Pronto se dio cuenta de que en el Perú futbolero peruano bastaba con jugar bien un par de partidos y marcar un gol para calificar como estrella. Encima, era dicharachero. Así que antes de que terminara el torneo de Ecuador ya estaba averiguando sobre precios y configuraciones. Cuando la delegación llegó a Quito, donde se jugaría la última jornada del Sudamericano, una laptop nueva lo estaba esperando en la recepción del hotel.

Jota Jota Oré era consciente de lo que ocurría. Estaba preocupado. Sabía que las entrevistas frívolas y los regalitos de eran el comienzo de algo que en el Perú solamente podía empeorar. En más de una ocasión manifestó molestia porque empezaba a percibir que su plantel de adolescentes empezaba a ser invadido por oportunistas. Desde luego, tenía razón. Cuando llegaron a Lima, los ya bautizados Jotitas recibieron homenajes francamente exagerados para un equipo que con las justas había quedado cuarto, con un triunfo (contra Venezuela), dos derrotas y dos empates en la fase final. Igual, Manco se paseó por todos los programas de televisión y hasta le regalaron un carro.

El resto de la historia es bien conocido. El Perú sub 17 de Oré llegó a cuartos de final del Mundial de Corea del Sur y hasta les hicieron una miniserie. Pero dos años después el equipo estaba quemado y fue eliminado de fea forma en el sub 20. De los jugadores que viajaron a Ecuador, ninguno ha llegado siquiera a consolidarse en la selección adulta. Curiosamente, entre a los que mejor les ha ido están Pedro Gallese (el arquero suplente) e Irven Ávila, que en Ecuador solo arrancaba cuando Manco o Christian La Torre (los atacantes titulares) estaban suspendidos.

Los nuevos jotitas de Nanjing acaban de regresar a Lima. Cuando se les pase el jet lag, veremos si la prensa y el público peruano les brinda un trato diferente. Un trato a la medida de un equipo que ganó un torneo infantil en el que también participaron Islandia, Honduras, Cabo Verde y Corea del Sur. Es decir, una celebración mesurada, consciente de que, si se siguen haciendo las cosas bien, quizás algunos de esos chicos lleguen a ser auténticas estrellas dentro de unos años.

Habrá que ver, pero no creo.