Conocí a Cristian Benavente una tarde del 2009, en Madrid. Mi amigo Víctor Zaferson, hábil como nadie para encontrar futbolistas peruanos incluso debajo de las piedras, me había advertido sobre la existencia de este hijo de madre peruana que jugaba en las divisiones inferiores del Real Madrid. Valía la pena sacrificar una tarde de un viaje vacacional para conocer a ese chico y, con suerte, traer una exclusiva para Deporte Total.
Con su familia acordamos encontrarnos fuera de las instalaciones del club, en Valdebebas. Me tocó esperar a la intemperie, al lado de una tranquera que parecía la entrada a un complejo militar, en un sendero por el cual todos los días pasaban varios de los mejores futbolistas del mundo, pero que a esa hora (alrededor de las 6 p.m., si mal no recuerdo) lucía desierto. Al fondo, se apreciaban claramente las intensas luces del T4, el nuevo terminal del aeropuerto de Barajas.
Por un momento, pensé que me dejarían plantado en ese lugar. Pero un poco más tarde de la hora convenida Cristian llegó, en compañía de sus dos padres, en una camioneta. Con ellos pude ingresar a las impresionantes instalaciones del club más ganador del siglo XX. Apenas pude conversar con el futbolista. Llegaba con el tiempo justo para cambiarse y salir a entrenar. Acompañado de sus padres, pasé a una de las cafeterías del complejo y allí nos pusimos a conversar, los tres. Luego, pasamos a las tribuna de una de las canchas para apreciar la práctica.
Como era de esperarse, a los padres se les notaba sumamente entusiasmados con las perspectivas profesionales de Cristian. Eran, por lo demás, personas muy amables y simpáticas. Su papá, español, hablaba con bastante suficiencia sobre el panorama de las divisiones inferiores en el fútbol español; era comprensible que apostara por la carrera de su hijo como la empresa más importante de su vida. Pero no fue él, sino su madre, quien me dejó claro cual era en ese momento el horizonte trazado para Cristian: él era español, no peruano, me dijo. No estaba en sus planes atender a ningún llamado desde Lima. Sus expectativas estaban puestas en llegar a la selección española.
La afirmación, tan cortante, me dejó un poco decepcionado. Pensé que tenía una nota y luego caí en la cuenta de que no tenía nada. Si al menos hubieran dejado la puerta entreabierta (esos «no descarta» que tanto nos gustan a los periodistas)… hubiera podido publicar algo. Pero lo tajante de la afirmación, y el tono general de la charla, me causó la impresión general de que me encontraba ante algo parecido a una conversación off the record. No lo era, pues ni el jugador ni sus padres pidieron confidencialidad –y sabían que estaban conversando con un periodista peruano, así que no era difícil prever por dónde irían los tiros–, pero lo que me decían no tenía valor informativo, al menos según mis estándares. Era, en el mejor de los casos, información de consumo interno.
Podía publicar que el chico descartaba la selección peruana, pero me parecía una canallada con una familia que había sido tan amable en atenderme y dejarme atisbar aunque sea un poco de la vida de este chico que era un prospecto prometedor. ¿Valía le pena tirarle encima la opinión pública deportiva peruana, tan furibunda ella, a cambio de un titular? No, a mi humilde entender. ¿Podía preguntarle al mismo Cristian si pasaba por su cabeza jugar alguna vez por Perú? Claro que sí, ¿pero acaso iba a contradecir a sus padres? ¿Y si luego cambiaba de opinión, como finalmente acabó sucediendo? Finalmente, lo más importante: se trataba de un menor de edad. Por entonces, tenía apenas 14 años.

Me retiré del complejo del Real Madrid agradecido por la oportunidad de conocer una instalación tan impresionante, y convencido –a partir de lo que pude ver en el entrenamiento– de que Benavente sería un buen futbolista, pero se quedaría lejos de la primera del Real Madrid, o de la selección española. Nada de eso podría calificarse como un fracaso: es bien sabido que el Real Madrid –a diferencia, por ejemplo, del Barcelona– no suele hacer grandes apuestas por la gente de su cantera. Y en España juegan como volantes monstruos de la categoría de Iniesta, Fabregas, Busquets y Silva. Benavente dominaba los fundamentos, lo cual seguramente es más que suficiente para triunfar en un medio como el peruano, pero lo situaba muy lejos de ser un seleccionado español.
Un par de años después de aquel encuentro, Cristian Benavente ya estaba jugando por la blanquirroja. Fue convocado a la sub-17 y luego a la sub-20, incluso debutó en la absoluta (y anotó un gol). Y mientras en el Perú su aparición generaba entusiasmo, en Europa su carrera tardaba en despegar. Nunca debutó en la máxima división española, y recién este año ha podido firmar con un equipo de primera, el Charleroi de la modesta Liga de Bélgica. Pero incluso así, cuando Ricardo Gareca descartó convocarlo para la Copa América 2015, un sector significativo de la prensa deportiva y de los hinchas lo consideraron un error.
Nunca he vuelto a hablar con Cristian, así que desconozco a ciencia cierta qué lo hizo cambiar de opinión. De cualquier forma, no es difícil imaginarse las razones. Lo que resulta más difícil de entender es cómo un futbolista con una carrera totalmente intrascendente, y al que nadie ha visto jugar mucho, puede encontrarse de pronto en la selección de un país que se precia de ser futbolero, y encima adquirir cierta chapa de distinto y necesario.
¿Es Benavente una medida de nuestras carencias? Puede ser. Ciertamente, la esperanza que se depositó en él también es consecuencia de todos nuestros errores.
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