Por Fabrizio Tealdo Zazzali
El calendario anual del circuito de tenis se inicia al otro lado del mundo y avanza siguiendo el curso del sol, comenta Andre Agassi en Open, sus memorias. Melbourne es el principio del ciclo que terminará en once meses, pero es más que el comienzo para los tenistas, es un símbolo de renacimiento, un amanecer. Los que no han logrado consagrarse, que son la inmensa mayoría, canalizan toda su energía en este torneo grande. Toman las vacaciones para recargar baterías, eliminar taras en su juego, perfeccionar falencias, añadir fortalezas, convertirse, en suma, en jugadores más sólidos y levantar lo que les ha sido vedado.
Este año, el canadiense Milos Raonic quiere ser ese jugador. Ha contratado al español Carlos Moyá, un consagrado especialista en el juego de fondo, para sumar daño desde las líneas y capacidad de defensa a la contundencia de su saque y volea. En octavos dejó en el camino a Stan Wawrinka, quien ya antes hizo de Australia su catapulta, y Raonic va por más. En cuartos debe superar a Monfils. Parte como favorito en este partido que atrae por el contraste de juego de ambos.
Con jugadores renovados que quieren dar el salto, el de Australia es un Grand Slam que suele traer sorpresas desde las primeras rondas. Si Nadal cayó con Verdasco en el segundo día de competencia, no fue sólo por el juego corto e irregular de un Rafa que todavía no encuentra su mejor versión, se debió, sobre todo, a que se vio al mejor Verdasco en años, y precisamente fue en su primer partido en la Rod Laver Arena. Luego perdió en segunda ronda, y ahí quedó su sueño, pero mostró por unas horas al tenista que él y todos esperaron ver por años.
Australia se vuelve el primer peldaño para pocos, pero es suficiente que dé una rendija de esperanza para ilusionar, y de ahí los mazazos en los pronósticos. Las tenistas sembradas empezaron a caer como moscas: en primera ronda, Venus Williams (8), Simona Halep (2), Sloane Stephens (24), Wozniacki (16), Errani (17); en la segunda se fueron Jankovic (19), Lisicki (30); en la tercera, Muguruza (3), entre otras, mientras Azarenka (14) se afianza y abre camino para recobrar lo que es suyo: el único torneo grande que ha levantado Vika es Australia, y dos veces. El circuito femenino es más irregular, sin embargo, Australia también es una promesa en el masculino. Hasta el 2011, el año del despegue de Djokovic, el Happy Slam era el único abierto que Nole había ganado, pero fue suficiente para sumarse a la palestra.
Al carácter simbólico de ruta a la gloria de Australia, hay que sumar el calor abrasador, una de las características de este Grand Slam. Quien no llega a tope físicamente, si no pierde por juego lo hace por agotamiento, con temperaturas que pueden superar los 40 grados centígrados. Hay años, además, en que la cancha se muestra más rápida o lenta, lo que eleva el factor sorpresa.
El Slam del fanatismo
Seguir el Australian Open de principio a fin en este lado del mundo catapulta al aficionado al tenis al nivel de fanático. Los horarios son de terror, volteados por las 16 horas que separan nuestros meridianos de los de Oceanía oriental. Sin embargo, una legión de zombies se mantiene fiel, y no sólo por su devoción a uno u otro tenista, va más allá: el fanático real sabe que en Australia la calidad de los partidos se ve desde las primeras rondas, al igual que las caídas y las sorpresas. Ante ello, hay que estar alerta y prenderse al tenis grande de madrugada. No queda otra.
Wimbledon, Roland Garros, el US Open han alcanzado tal fama que forman parte de la cultura popular internacional. Australia aún no tiene ese nivel de prestigio, pero para el fanático vale la pena amanecerse para ver partidos que se distinguen netamente por la calidad del juego antes que por factores externos, como la historia (Australia es el Grand Slam más joven de los cuatro grandes) o el glamour de la ciudad que lo hospeda.
Ser fanático de los deportes representa un absoluto respeto al desarrollo humano. El deporte es una de las máximas expresiones de la civilización. Las disciplinas deportivas surgen de la razón implementada en las reglas, a lo que se suma el método de preparación, indispensable para la expresión de alto rendimiento. Lo que luego sucede en la cancha abarca otras dimensiones. La razón queda de lado ante la expresión física combinada con la técnica y la improvisación. En el deporte no maravillan las reglas sino la naturaleza humana. El producto del hombre científico encuentra en la fisonomía el punto culminante de la perfección. El método racional brinda la plataforma que el homo deportivo despliega. En los deportes conviven el método científico y la improvisación, la disciplina y la carne, las reglas y el desafío a las leyes de la ciencia. Mente y cuerpo, razón y naturaleza exponenciada. La humanidad elevada a su expresión más alta.
El fanatismo, en un mundo de extremos, es un concepto que debe despreciarse, ya que vulnera las libertades e integridad humanas. Pero el fanatismo que eleva la actitud contemplativa a lo mejor de la expresión humana vindica a la especie. Hay que respetar a quienes lo crean, y el respeto merece el sacrificio del usuario que lo disfruta, en este caso, el fanático inclemente. Si hay que despertarse de madrugada, perder horas de sueño para disfrutar las expresiones más hermosas y gloriosas de la civilización, pues a por ello. Es un tema de respeto a los creadores. El vértigo cotidiano nos ha acostumbrado a tomar los productos, así sea el arte, como objetos utilitarios para lanzar citas en redes sociales, emplearlas como argumentos que validan actitudes propias. Las canciones entregan sosiego en el tráfico, así se desconozca al autor de esa pieza que nos brinda un goce pasajero. Al igual que el deporte más elevado merece sacrificio contemplativo, los cantantes merecen un poco de research para conocer sus producciones, al menos el nombre del tema. Ello nos hace un poco más dueños del objeto que produce goce. El fanatismo ideológico debe acabar en la tumba, la práctica fanática individual tiene valor, porque opta por dejar de lado al individuo que contempla para concentrarse en otro que ofrece lo mejor de la especie.
Y Australia es el territorio ideal para elevar el fanatismo tenístico. Los dos Djokovic-Wawrinka, aquellos inolvidables del 2013 y el 2014, son de lo más espectacular visto en el tenis en los últimos años. Muestra, además, el proceso de consolidación de un tenista alejado de la gran vitrina, el paulatino progreso de Stan Wawrinka hasta consolidarse junto a los consagrados. Ver esos dos combates tenísticos en la madrugada de estas latitudes valió perder diez horas de sueño. Ahí los links, aunque lo recomendable es ver los partidos completos.
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