NADA ENERVA MÁS AL FANÁTICO QUE RECORDARLE EL CARÁCTER IRRELEVANTE SU PASIÓN. Frases como «pero si es solo un juego» o «lo importante es competir» solamente son aceptables cuando vienen de la esposa que no entiende de fútbol. Simplemente espera que esto se acabe para que los amigos borrachos del marido dejen de ensuciar la casa y ella pueda dedicarse nuevamente a su telenovela turca sin distracciones ni gritos destemplados (¡Un partido más!). También es cierto que despotricar del deporte rey siempre ha sido muy hipster, pero los intelectuales de ocasión que se empeñan en señalar que Perú puede ganar lo que quiera y eso no aliviará en nada nuestras miserias cotidianas harían bien en ahorrarse el esfuerzo. Lo tenemos bien sabido, pero igual gritamos, chillamos, nos pintamos la cara, sacamos las calculadoras, tratamos de aprendernos la estrofa del himno esa que no nos enseñaron en el colegio.
Los intentos por descomprimir son muy loables, pero están condenados al fracaso por una simple razón: aunque no lo queramos aceptar, el fútbol es más que un juego. Hay demasiadas emociones, ilusiones, traumas y trapitos sucios involucrados, demasiado ánimo de revancha y demasiada frustración acumulada como para reducir lo que pasa cuando dos países con abundante historial común –futbolístico y también de otras clases– se cruzan en una cancha. ¿Lamentable? Seguro, pero no por eso menos cierto. Y si hay algún partido que el fanático peruano quiere ganar siempre, más que cualquier otro, es el Perú-Chile. Eso también lo tenemos recontra sabido.

Dicho todo esto, aclaro que me parece correcto que tanto los protagonistas del juego como los periodistas y analistas serios intenten quitarle solemnidad y trascendencia al partido del lunes. Los otros, harán lo que mejor les sale. Pero a Gareca y su plantel de nada le sirve que un país entero se le suba a la espalda y le encargue una misión que parece tan solemne como recuperar el Huáscar, una cuestión de orgullo nacional.
Desdramaticemos, entonces, pero tengamos claro que el lunes, queramos o no, jugaremos una semifinal, contra el equipo local, en un estadio que tendrá naturalmente un ambiente hostil. ¿Horrible? Quizás, pero no queda más que aceptarlo como parte de ese pacto tácito por el cual decidimos ventilar nuestras diferencias en un rectángulo de césped verde. Suena como demasiado encargo para un equipo que supuestamente está en formación, aunque tiene varios titulares que superan los 30 años.
Sin embargo hasta ahora Perú ha hecho las cosas bien: ganó con justicia el triangular entre los equipos más débiles del continente y no se quebró contra equipos sobre el papel superiores, como Colombia y Brasil. Ha sido competitivo y eso le ha valido para sacar esta cita con la historia. Para los veteranos de este grupo (Pizarro, Farfán, Vargas, Lobatón), el reto de sacar Chile de su Copa, organizada con tanto esmero, es una oportunidad de redención. Más que seguro, la última que les queda.
Para el resto, los jóvenes del plantel, es la oportunidad de demostrar que con ellos el futuro puede ser diferente al pasado.
Perú ha hecho hasta ahora una gran Copa América. Pero le falta un gran partido contra un gran rival en un gran escenario. Le llegó casi sin buscarlo. Ya demostró que tiene fútbol para competir. Ahora tiene le toca probar si, a diferencia de anteriores planteles, también puede hacer gala de carácter.
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