Cada cierto tiempo se disputan torneos que van más allá de lo deportivo: combinan la hazaña, la competencia con la historia, la supremacía, lo inesperado, la decadencia. Todo esto y más tuvo el US Open, disputado en el escenario ideal: la capital cosmopolita del mundo.
La victoria de la italiana Roberta Vinci sobre Serena Williams fue el momento épico del torneo. De cuerpo frágil (1,63 m, 64 k), 32 años, primeriza en semifinales de Grand Slam, derrotó a la menor de las Williams, que iba por el Grand Slam del año, es decir, ganar los cuatro torneos grandes en el 2015. La superó en New York, su casa, gritándole a las tribunas después de un punto incalificable que ella también estaba en la cancha, y cuando la entrevistaron al final del partido, la felicidad lisérgica de sus ojos emocionaba.
La literatura muestra el mundo como quisiéramos que fuese, pero es falaz. El deporte eventualmente colinda con el arte y la leyenda. Los deportistas en muchos aspectos son lo más cercano que tenemos a los héroes, y además, al alcance de cualquier pantalla. La tecnología los trajo a casa. Nada más cómodo.
Flavia Penneta completó la final italiana en la ciudad más italiana fuera de Italia. Pennetta pisó eventualmente el top 10 y es considerada una tenista de segundo o incluso tercer orden; Vinci estaba un escalón más abajo, ni siquiera era precalificada en el US Open 2015. Apenas levantó el trofeo, Pennetta declaró que se retiraba del circuito. Atraviesa un momento feliz en su vida y eso se refleja en la cancha. Su pareja es Flavio Fognini, tremendo personaje, tenista de los más talentosos y libertinos. Todo indica que la pasan muy bien. El mismo Fognini ha declarado que ni él sabía que Flavia iba a retirarse. Lo decidió ahí, consciente de que nunca volverá momento tan glorioso.
Dejar atrás el deporte en la cúspide inmortaliza, no le da oportunidad a la decadencia de corroer la memoria. La decadencia es un aspecto nefasto de la vida, más de la de un deportista. Es una batalla relacionada con la edad pero que no se restringe a ella; la constancia y los hábitos la contrarrestan. Es preferible ver al ídolo colgar los guantes, disputar su último partido en un momento de gloria que desgastado, luchando por volver a ser lo que fue en una disputa perdida de antemano, salvo casos excepcionales.
Puede resultar penoso. Sin embargo, el deporte no es ficción. La decisión de pasar al estado civil depende de una persona. Si es feliz manteniéndose en competencia, si le brinda tranquilidad seguir levantándose a entrenar todos los días, pues la decisión depende de él. Proyectar nuestras carencias personales en los ídolos nos iguala a los personajes del cuento de Cortázar Queremos tanto a Glenda, que vivían fascinados con la actriz Glenda Garson (en la realidad Glenda Jackson), a tal punto que inician una campaña de eliminación de escenas que no mostraban su perfil más bello o que caracterizaban una mediocre muestra de su performance. Consiguen desaparecerlos con la finalidad de limpiar la memoria de escorias y convertir a la diva en una imagen idéntica al deseo.
Los héroes deportivos han sido distorsionados por la pantalla. Acostumbrados a ver en ella a personajes de ficción, los deportistas adoptan un perfil de guión, lejanos, semidioses capaces de todo. Estadios y coliseos también cumplen su parte en la mitificación.
Las hazañas de Pennetta y Vinci recuerdan a David y Goliat y que la identificación con el débil surge con mayor naturalidad. Por otro lado están los hombres: Federer (por edad) y Nadal (por disminución física y una carrera marcada por las lesiones y la sobreexigencia) se sobreponen a la decadencia y deciden mantenerse. Roger se ha reinventado para permanecer, y de haber decidido retirarse como muchos reclaman, hubiese privado a todos del espectáculo que ha dado estos últimos meses, con devoluciones rescatadas de un recurso que parecía perdido en el tiempo de las raquetas de madera, el SABR (Sneak Attack by Roger). Sobre Nadal está por verse qué hace para mantenerse en la alta competencia. Ambos podrían dar un paso al costado y no habría qué recriminarles, pues son los dos mejores tenistas de los últimos treinta años; Djokovic puja por el triunvirato. Pero son ellos los que deciden, porque lo que el resto quiera ver en ellos es secundario, importa lo que quieran hacer con sus vidas.
Deja una respuesta