Freddy Ternero acaba de partir como vivió: con discreción, una característica que ya cultivaba en sus épocas de futbolista. Solo después de que se dio la noticia de su muerte se agolparon los medios de comunicación frente a la clínica donde pasó sus últimos días y la gente se acordó que el que acaba de irse era nada menos que el entrenador más exitoso de la historia del fútbol peruano. Seguir leyendo «Ternero: el campeón sin legado»
Hace ya sus buenos años, cuando yo apenas empezaba en el periodismo, Roberto Challe quiso golpearme. Al menos así lo hizo saber un día a la salida de un entrenamiento de la U. Corría el año 2000 y yo, en uno de mis primeros textos como periodista de una revista deportiva, había relatado ciertas intimidades del vestuario y las concentraciones cremas que mejor no vuelvo a contar. No vaya a ser que Roberto, que otra vez está al frente de la U, se moleste de nuevo conmigo y me quiera pegar otra vez.
Seguir leyendo «El fenómeno del niño terrible»
Dulanto anticipó, se elevó y cabeceó al arco. Fue gol. Acto seguido, se tomó el rostro y se desplomó, como si hubiera ganado el Miss Universo. ¿Conmovedor? Más bien patético. Sintomático de la triste situación en la que se encuentra un club que, al amparo de su historia y su mística, solía sentirse superior a todos sus rivales.
Ahora mete un gol y se desmaya.
Y ni siquiera alcanzó para ganar el partido.

Hubo una época en la que se decía que la U nunca jugaba de visita. Ahora juega como si estuviera en campo hostil siempre, incluso en el Monumental. Contra Garcilaso quedó claro que la paliza recibida la semana pasada (1-4 ante León de Huánuco) ha dejado una profunda huella en un plantel demasiado bisoño como para asimilar tremendos golpes. Hay demasiado miedo. La consigna, entonces, fue no cometer errores ante un rival –en la teoría y el la práctica– superior y con más oficio. La línea de cuatro al fondo nunca se desarmó, lo cual no es una virtud, sino un defecto porque sin flexibilidad no hay sorpresa. Sin laterales o centrales que rompan líneas, es difícil hacerle daño a un equipo bien parado.
Son muchas las cosas que Luis Fernando Suárez tendrá que corregir si es que quiere salvar a Universitario del descenso (y si los directivos de la U se lo permiten).
Primero, tiene que inyectarle de algún modo liderazgo al plantel. No es concebible que un equipo grande como Universitario carezca de al menos un líder claro, en lo anímico y en lo futbolístico. Alguien tiene que enarbolar la bandera del carácter. Y aunque no necesariamente carácter es igual a experiencia, está claro que a este equipo le faltan jugadores con kilometraje. La banda de capitán no es un adorno, pues. Pero en este Universitario la lleva Carvallo, un arquero que ni siquiera tiene el titularato garantizado. Otra vez, sintomático.
También le falta alguien que pida la pelota, de preferencia en el centro del campo, y organice los ataques. Un 10, esa especie que en el mundo desarrollado del fútbol está prácticamente extinta, pero que en el Perú todavía funciona. Sino, miren la vigencia sostenida de un jugador como Montaño.
Ahora dicen que llega Raúl Ruidiaz. Es lo que corresponde, porque ya está claro que con lo que hay no alcanza.
Lo que le pasa a la U es la consecuencia de la incompetencia de una seguidilla de administradores y gerentes deportivos que parecen no entender que para los equipos grandes la austeridad a rajatabla no es una opción. El hincha no mira los balances, mira la posición del equipo en la tabla. Sin buenos resultados no hay proyecto económico a largo plazo que se sostenga. Eso solo se puede lograr armando buenos equipos, y eso cuesta.
Por eso tener un equipo de fútbol es un pésimo negocio. A menos que seas el Real Madrid o el Barcelona.
Ya sabemos que el hinchaje es irracional. Solo así se puede explicar la expectativa por un sorteo tan anodino como el de los emparejamientos para las eliminatorias de Sudamérica. Igual prendimos la tele y contemplamos atentos a Ronaldo y Forlán sacando las bolitas de la pecera –todas, presumo, a la misma temperatura ambiente– y cuando salió el nombre de Perú nuestro corazón, hay que admitirlo, se aceleró un poquito. Al final, nos tocó el número 9 de entre 10 selecciones, lo cual demuestra que, cuando se trata del fútbol peruano, hasta el azar nos hace justicia.
Al final, el fixture nos quedó así (fina cortesía de RPP):
¿Conviene o no conviene? Da para largo el debate. Otra cosa es que sea productivo o sirva para algo. Igual es saludable el cambio, aunque sea solo para variar el guión de un drama que siempre acaba igualito. Después de repetir durante tres ciclos eliminatorios el mismo fixture, ya la cosa parecía aburrida, por repetitiva: nunca clasificamos. Ahora al menos tenemos una expectativa distinta: si no clasificamos (es bastante probable) al menos no llegaremos al objetivo de una manera diferente.
Fue Sergio Markarián, que se quejaba por todo y veía fantasmas por todas partes, el que metió en la agenda el tema del calendario como una de las dificultades que enfrentaba el Perú en su tortuoso camino por las eliminatorias sudamericanas. Pero nunca, que yo recuerde, desarrolló con precisión qué partes del fixture eran las que le causaban tanta molestia. Quizás haya sido esa fecha doble de visitante que implicaba visitar La Paz y Asunción (bisagra entre la rueda de partidos de ida y vuelta). Pero si no le has podido sacar al menos un punto al Paraguay más pobre de los últimos años en Asunción… ¿estabas como para ir al Mundial? Me parece que no. Y ni hablar de Bolivia en La Paz ¿No era acaso que el futbolista peruano está habituado a jugar en los ambientes más duros? Ya la altura no asusta ni siquiera a los argentinos, y el rival menos.
Igual, el resultado fue decepcionante, osea, que pudo ser mejor. Luego de tabular las respuestas con hinchas y expertos, creo que este es el fixture que nos hubiera convenido. Hay que tomar en cuenta que, según estimaciones basadas en las eliminatorias pasadas, se necesitan al menos 23 puntos para quedar entre los cinco de arriba:
Fecha 1: Perú vs. Brasil (sin Neymar).
Fecha 2: Perú vs. Uruguay (en Cerro de Pasco y sin Suárez).
Fecha 3: Perú vs. Paraguay (en Lima nomás, que siempre les ganamos)
Fecha 4: Perú vs. Venezuela (choque de alto riesgo)
Fecha 5: Perú vs. Bolivia
Fecha 6: Bolivia vs. Perú (en Santa Cruz)
Fecha 7: Perú vs. Bolivia
Fecha 8: Perú vs. Bolivia
Fecha 9: Perú vs. Bolivia
Fecha 10: Perú vs. Bolivia
Fecha 11: Perú vs. Bolivia
Fecha 12: Perú vs. Bolivia
Fecha 13: Perú vs. Bolivia
Fecha 14: Perú vs. Bolivia
Fecha 15: Perú vs. Bolivia
Fecha 16: Perú vs. Bolivia
Fecha 17: Perú vs. Bolivia
Fecha 18: Argentina (ya clasificado) vs. Perú (en Buenos Aires)
Repechaje: Perú vs. Papua Nueva Guinea – partido de ida en Port Moresby y la vuelta en el Estadio Nacional. Felizmente Australia ahora juega con los asiáticos.
Lamentablemente, el sorteo arrojó otra cosa: tenemos que jugar con todos. Como siempre, nos tocó el grupo de la muerte.
Hay una expresión que sintetiza la espiral de mediocridad en la que está sumido hace buen tiempo el fútbol sudamericano: sacar adelante el partido. Se dice respecto a los árbitros, como si su función fuera dosificar de una manera supuestamente razonable las patadas que se reparten en el campo, y no simplemente aplicar el reglamento, que señala con meridiana claridad qué cosa es foul y qué cosa no. El árbitro sacapartidos se opone al reglamentarista, una especie ya extinta en Sudamérica, como si para un juez seguir las normas fuera una decisión, una cuestión de escuelas o de ideologías. Para el sacapartidos, el reglamento es solo una herramienta más; es un permanente interpretador auténtico de la International Board, y como tal es impredecible. Uno nunca sabe si va a sacar la tarjeta amarilla, va a preferir la advertencia verbal o el siga-siga; menos, cuál es su criterio para sacar la roja. Es más: ante faltas similares toma distintas decisiones. Y a todo esto le agrega una regla adicional: la llamada ley de la compensación.
Su propósito, muchas veces celebrado y elogiado por cierta crítica especializada, no es impartir justicia dentro de la cancha, sino cuidar el espectáculo –o, quizás, evitar que los jugadores lo maten por ser demasiado estricto. Está demás decir que, si lo que quiere hacer el fútbol algo más agradable de verse, no lo consigue. El resultado suele ser todo lo contrario: recitales de patadas, codazos y rodillazos repartidos con creciente impunidad, como los que se vieron en la Copa América, un torneo de arbitrajes francamente lamentables.
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«Esto es América y acá se juega así», le contestó el árbitro mexicano Roberto García Orozco a Lio Messi le increpó porque dejaba que le pegaran tanto durante el partido Argentina-Colombia, según cuenta una crónica del diario español El País. No tiene por qué ser así. Si Sudamérica se vanagloria de ser cuna de grandes talentos futbolísticos, ¿por qué se resigna a que su torneo continental se parezca cada vez más una competencia de vale todo? Permitir el juego fuerte por encima del reglamento atenta contra el espectáculo, básicamente porque los principales receptores de las agresiones son los jugadores más talentosos, las estrellas, que en lugar de dedicarse a hacer lo que mejor saben se pasan la mitad del tiempo en el suelo y la otra mitad, cuidándose de las agresiones. Casi irremediablemente terminan fuera de sí, y a veces lesionados. El resultado es partidos intensos, emocionantes sin duda, pero en general con poca calidad.
No se trata de negar que las infracciones son parte del juego, y muchas veces son inevitables. Pero sí se debe impedir que la falta sistemática y el antifútbol se conviertan en parte integral de una estrategia de juego. Tampoco deberían permitirse la repetición de faltas y las provocaciones orientada a sacar de quicio a un jugador rival. Los árbitros deberían estar pendientes de estas prácticas, que han sido recurrentes en la Copa, y hacer lo que supuestamente es su función: aplicar el reglamento.
En fin, deberían. Pero qué podemos esperar, si los jerarcas históricos de la Conmebol están ahora mismo presos, prófugos o con arresto domiciliario, acusados por la justicia de Estados Unidos de formar parte de una red de corrupción y sobornos. Es decir, lo que todo el mundo sabía.
Una mirada benévola nos llevaría a pensar que los árbitros simplemente son malos. Otra, un poco más descreída, a decir que en realidad son la cara visible de una podredumbre mayor.
Que cada quién se quede con la idea que más le reconforte.
PERÚ PERDIÓ, PERO HIZO SU MEJOR PARTIDO DE TODA LA COPA AMÉRICA. Incluso con 10 hombres, el equipo fue competitivo. ¿No era eso lo que buscábamos? Igual, quedará un sinsabor, formulado como pregunta recurrente: ¿qué habría pasado si hubiera seguido 11 contra 11? Nos durará unos días. Luego iremos, armados de ilusión, a jugar las eliminatorias. En eso se han convertido para los peruanos el ciclo mundialista. El ritual de renovar la fe en intervalos de 4 años.
Antes de enfrentar a Chile, ya era posible analizar el rendimiento de Perú desde el punto de vista táctico. Mucho de lo que ya se había visto se reafirmó y consolidó. Lo que faltaba comprobar era si tenía el temple necesario para enfrentar partidos decisivos. Y allí estuvo el fallo. No del plantel, sino de uno solo. Alguien debería acercarse a Carlos Zambrano a explicarle la diferencia entre tener carácter y ser un matón. Está claro que confunde los términos. Poner la pierna fuerte no es lo mismo que ponérsela arriba de la cintura a un adversario. Por mí, que no vuelva a ser titular en la selección hasta que no vea una colección de partidos de Franco Baresi. Jugar con un futbolista que te puede dejar con 10 a los 18′ es, simplemente, dar demasiadas ventajas.
Hubiera sido muy interesante que Perú se hubiera mantenido en el campo con 11 durante más tiempo, para comprobar si era posible sostener la propuesta de esos primeros 18 minutos, en los que no solo maniató a Chile, también estuvo cerca de anotar.
La apuesta de Gareca quedó clara desde el primer minuto: Perú iba a pelear la posesión de la pelota bien arriba. Carrillo entró al 11 titular como volante por derecha, para desequilibrar con su velocidad y gambeta. Farfán se colocó en el centro para combinar libremente con Guerrero en ofensiva. Paolo hizo un partido titánico de principio a fin. No solo en lo ofensivo, también en lo defensivo.
La fórmula funcionó desde el primer minuto. Después de perder la pelota, Advíncula no retrocede para armar el bloque defensivo, sino que va hacia adelante a presionar en la salida. Farfán y Guerrero se suman y no permiten a Chile armar.
Otro ejemplo de los primeros minutos: No son Ballón y Lobatón los que asumen el peso de la recuperación, sino Carrillo, Farfán, Cueva y Guerrero. Los movimientos defensivos en esta secuencia son impecables.
A partir de esa idea bien aplicada, surgieron posibilidades como esta:
Fue lindo mientras duró, es decir, hasta el minuto 20. Luego de la expulsión de Zambrano, Gareca se ve obligado a retirar a Cueva. Con eso, termina la pretensión de discutir la pelota en campo chileno. El partido empieza a jugarse en campo peruano. Es cierto que Perú igual compite y hasta logra el empate, pero ya no es resultado de un planteamiento, sino del coraje y el esfuerzo de varios de su futbolistas. En la adversidad, Advíncula y Guerrero se llevaron los honores y ratificaron que son, junto con el sacrificado Cueva, las mejores individuales peruanas en la Copa.
Se perdió, pero se compitió. Solo queda reconocer que este equipo superó largamente nuestras expectativas y lo más esperanzador es que mejoró en cada partido. Por el lado negativo, la cabeza sigue siendo nuestro punto débil. Pero allí estaremos en octubre, dispuestos a pelear y malograrle la eliminatoria a más de uno, por lo menos. Si Perú sigue en esta línea, las tiendas venderán más televisores.
TRES IMÁGENES PERDURABLES NOS DEJA LA COPA AMÉRICA HASTA EL MOMENTO: El chileno Jara haciéndole un tacto rectal al paso a Cavani, Retamoso cabalgando al boliviano Morales y el salto del Tigre Gareca. En realidad, el salto que el Tigre le ha hecho dar a la selección peruana. Llegó con apenas un par de partidos dirigidos, sin victorias y una buena excusa: la eliminatoria. Dos semanas después, es considerado el mejor técnico de la competición y los comentaristas internacionales ya se recitan su equipo de memoria.
No se le puede escatimar mérito al técnico argentino, y tampoco a Juan Carlos Oblitas, el director deportivo de la FPF que apostó decididamente por su contratación. A estas alturas, queda claro que Gareca tiene el perfil de técnico ideal para dirigir a Perú: no es un administrador de riquezas, sino un estratega capaz de compensar las carencias de su equipo a punta de pizarrón. Con un plantel tan corto, es necesario que el entrenador tenga recursos para compensar las inevitables ausencias por lesiones y suspensiones. El Tigre ha demostrado que sabe mover las fichas. Además, parece menos dispuesto a polemizar con la prensa y se preocupa menos por el entorno.
Lo normal es que los balances se hagan al final de la participación. La semifinal con Chile, sin embargo, conjuga demasiados elementos y el resultado –sea cual fuere– definitivamente distorsionará la imagen que nos quedará del equipo. Es lo que pasa con los clásicos. Mejor, entonces, hacer un balance parcial, con cargo a añadir más elementos luego.
Línea por línea, esto es lo que viene mostrando Perú en la Copa América:
1) Defensa: sin discusión, lo más relevante es el redescubrimiento de Ascues, uno de los mejores defensas centrales del torneo. A Gareca se le prendió el foco, recolocó a un volante y con eso espantó las sombras que metían miedo en esa línea tan importante. Además, tiene margen de mejora, si se toma en cuenta que es nuevo en el puesto. Si mejora su criterio para la salida (a veces arriesga más de la cuenta) puede consolidarse como un central de élite en Sudamérica. Lo de Zambrano ya es conocido: un central de pico y pala, que a veces es necesario, pero el riesgo de que deje al equipo con diez siempre está latente. Igual, ahora mismo, esa dupla es lo mejor que tenemos. Que no se resfríen. Lo mismo aplica para Gallese, que ha estado impecable y todavía puede mostrar más, porque es un atajador y a Perú, en lo que va del torneo, no le han llegado mucho.
2) Laterales: dos costados, dos realidades. Por la derecha, Advíncula es pura dinámica y vértigo; por la izquierda, el gran mérito de Vargas es haber hallado la cordura. El Loco ya no es el arma ofensiva que solía ser: en la Copa solo se ha proyectado cuando el rival se lo ha permitido (Venezuela con un hombre menos; contra Bolivia, todo el tiempo). Con Chile será otra historia porque es previsible que Isla y Alexis se recuesten sobre su lado y, a menos que reciba ayuda, es un duelo en el que tiene todas las de perder. En cualquier caso, los dos laterales peruanos meten miedo por distintas razones: Advíncula por su velocidad y Vargas por su pegada. Y los dos tienen el mismo déficit, lo que más les cuesta es la marca. A futuro, la apuesta por Advíncula es clara. Encontrar una solución definitiva para la izquierda será una tarea que Gareca se traerá de regreso a Lima.
3) Volantes: En la primera línea, Lobatón no ha hecho todavía un partido redondo. Su lentitud ha quedado varias veces en evidencia y su buen pie se ha mostrado a cuentagotas. En cualquier caso, que sea titular es una prueba de que Gareca apuesta por tener la pelota, no cederla al adversario. Lo mismo aplica para Ballón, que sí tiene un poco más de despliegue. Si el equipo no sufre tanto para defender con esa primera línea de volantes es por el generoso despliegue de los integrantes de la segunda línea: Cueva, Sánchez y Farfán conforman la unidad más sacrificada, porque no solamente tienen la misión de atacar, es en su zona del campo donde Perú empieza a discutir la pelota. Por eso, los cambios de Gareca suelen ser en ese sector. Necesariamente, acaban fusilados. El gran torneo que está haciendo Cueva ha ayudado en esa tarea de destrucción creativa. A Farfán los rivales ya lo conocen y saben que no es prudente dejarlo desatendido. Con Cueva son dos amenazas y más alivio para sus compañeros.
4) Ataque: Dependiendo del partido y la circunstancia, Paolo Guerrero ha tenido que adoptar dos roles. Por ratos, delantero de equipo chico, llanero solitario a la caza de errores y contragolpes; y en otros momentos cabeza de área de un equipo que lleva la iniciativa. Lo bueno es que maneja ambos papeles a la perfección. Cuando juega Pizarro, el equipo no suma dos 9 de área, porque Claudio se retrasa con frecuencia para jugar como una suerte de pivote. Su misión es aguantar la pelota, disputar las divididas y agregarle sorpresa al ataque, porque Paolo de improviso se puede recostar sobre una banda para generar desbalances en la defensa rival, con lo que deja el centro abierto para Pizarro o cualquier de los volantes de segunda línea. Durante la primera fase, Perú fue de los equipos que menos remató al arco, pero el trabajo de sus jugadores ofensivos no fue por eso menos encomiable. Contra Bolivia demostró que tiene pegada, aunque igual desperdició muchas ocasiones. Lo mejor que nos puede pasar es que los tres goles de Paolo sean el inicio de una racha.
Postdata: Mucho se repite que Perú «es un equipo en formación». Esa es, como mucho, una verdad a medias. No esperemos de jugadores como Guerrero o Zambrano rendimientos mejores que los que están dando ahora mismo. Están en su pico y otros jugadores ya pasaron por sus mejores tiempos.
No se distingue en este plantel una apuesta clara por los jóvenes. Juegan los mejores, como siempre debe ser. Nadie juega para ganar experiencia, se juega para ganar, y la experiencia se gana como consecuencia natural, en el camino. Gareca opta por Pizarro cuando podría haber apostado por Yordi Reyna y pone a Lobatón en lugar de Benavente, un inexplicable favorito de la crítica especializada. Retamoso no es un chiquillo, como tampoco lo es Vargas. Es probable que dentro de un año, cuando ya se esté jugando la eliminatoria, el dibujo táctico que Perú está aplicando en Chile deje de ser aplicable por ausencia de algunos intérpretes. Será momento de presentar otro, ajustado a los futbolistas disponibles en ese momento. Pero si para entonces el equipo ha interiorizado la propuesta de no renunciar a la posesión del balón y ha ganado confianza en sus propias posibilidades, se habrá avanzado mucho.
Un gran triunfo de Gareca ha sido ganar tres partidos más en el máximo nivel para poner a prueba sus ideas. Con lo que le cuesta a la FPF conseguir amistosos decentes, ese es otro gran triunfo.
NADA ENERVA MÁS AL FANÁTICO QUE RECORDARLE EL CARÁCTER IRRELEVANTE SU PASIÓN. Frases como «pero si es solo un juego» o «lo importante es competir» solamente son aceptables cuando vienen de la esposa que no entiende de fútbol. Simplemente espera que esto se acabe para que los amigos borrachos del marido dejen de ensuciar la casa y ella pueda dedicarse nuevamente a su telenovela turca sin distracciones ni gritos destemplados (¡Un partido más!). También es cierto que despotricar del deporte rey siempre ha sido muy hipster, pero los intelectuales de ocasión que se empeñan en señalar que Perú puede ganar lo que quiera y eso no aliviará en nada nuestras miserias cotidianas harían bien en ahorrarse el esfuerzo. Lo tenemos bien sabido, pero igual gritamos, chillamos, nos pintamos la cara, sacamos las calculadoras, tratamos de aprendernos la estrofa del himno esa que no nos enseñaron en el colegio.
Los intentos por descomprimir son muy loables, pero están condenados al fracaso por una simple razón: aunque no lo queramos aceptar, el fútbol es más que un juego. Hay demasiadas emociones, ilusiones, traumas y trapitos sucios involucrados, demasiado ánimo de revancha y demasiada frustración acumulada como para reducir lo que pasa cuando dos países con abundante historial común –futbolístico y también de otras clases– se cruzan en una cancha. ¿Lamentable? Seguro, pero no por eso menos cierto. Y si hay algún partido que el fanático peruano quiere ganar siempre, más que cualquier otro, es el Perú-Chile. Eso también lo tenemos recontra sabido.

Dicho todo esto, aclaro que me parece correcto que tanto los protagonistas del juego como los periodistas y analistas serios intenten quitarle solemnidad y trascendencia al partido del lunes. Los otros, harán lo que mejor les sale. Pero a Gareca y su plantel de nada le sirve que un país entero se le suba a la espalda y le encargue una misión que parece tan solemne como recuperar el Huáscar, una cuestión de orgullo nacional.
Desdramaticemos, entonces, pero tengamos claro que el lunes, queramos o no, jugaremos una semifinal, contra el equipo local, en un estadio que tendrá naturalmente un ambiente hostil. ¿Horrible? Quizás, pero no queda más que aceptarlo como parte de ese pacto tácito por el cual decidimos ventilar nuestras diferencias en un rectángulo de césped verde. Suena como demasiado encargo para un equipo que supuestamente está en formación, aunque tiene varios titulares que superan los 30 años.
Sin embargo hasta ahora Perú ha hecho las cosas bien: ganó con justicia el triangular entre los equipos más débiles del continente y no se quebró contra equipos sobre el papel superiores, como Colombia y Brasil. Ha sido competitivo y eso le ha valido para sacar esta cita con la historia. Para los veteranos de este grupo (Pizarro, Farfán, Vargas, Lobatón), el reto de sacar Chile de su Copa, organizada con tanto esmero, es una oportunidad de redención. Más que seguro, la última que les queda.
Para el resto, los jóvenes del plantel, es la oportunidad de demostrar que con ellos el futuro puede ser diferente al pasado.
Perú ha hecho hasta ahora una gran Copa América. Pero le falta un gran partido contra un gran rival en un gran escenario. Le llegó casi sin buscarlo. Ya demostró que tiene fútbol para competir. Ahora tiene le toca probar si, a diferencia de anteriores planteles, también puede hacer gala de carácter.
LLEGARÁ EL DÍA EN EL QUE VENEZUELA CLASIFIQUE A UN MUNDIAL. Ese día, para el hincha peruano todo estará definitivamente perdido. En ese resquicio de dignidad que le queda reposa una certeza: no será el mejor, pero al menos tampoco es el peor, o al menos eso quiere creer. Por eso los partidos Perú-Venezuela, son, desde hace varios años, duelos encarnizados, a muerte. Que han crecido, eso nadie lo niega, pero nunca a costa de nosotros.
El problema es que ese mínimo consuelo está cada vez más en cuestión. Ahí están Bolivia y Venezuela, seleccionados tan escasos de talento futbolero como el nuestro, pero más preparados para dar lucha. Bolivia juega la Copa América como si lo que estuviera en juego fuera su salida al mar; hoy, contra Chile, sus once jugadores seguramente caerán peleando o se ganarán una condecoración de Evo. Venezuela hace de la disciplina su mejor virtud y su figura es el orden. Es como un luchador de jiu-jitsu: usa la fuerza del contrario en su beneficio. Por eso puede maniatar y doblegar a Colombia, un elenco soberbio en todas las posibles acepciones del término. Por lo mismo, contra Perú le suele costar más.
A diferencia de Perú, que vive aferrado a un relato ganador claramente falaz, esos equipos prácticamente no tienen pasado. Bienaventurados sean. No tienen por qué elaborar e intentar que sus hinchas digieran ese discurso absurdo que reduce la Copa América a un ensayo para la eliminatoria, cuando la realidad dicta que es la competencia más importante de su calendario. Juegan nomás y tratan de ganar. El analista peruano promedio tiende a despreciar la Copa América, seguramente porque ese trofeo ya lo ganó (hace 40 años). Puesto a elegir, pareciera que prefiere jugar tres o cuatro partidos de un mundial, dentro de tres años, que pelear por meterse entre los mejores de Sudamérica ahora mismo.
Si es banco de pruebas, ¿por qué juega Pizarro, que con 36 años ya está cada vez más cerca del retiro? ¿Por qué gritamos su gol? ¿Alguien piensa que Lobatón llegará a Rusia? ¿De qué nos sirve un partido de ensayo contra un rival que se queda con 10 a mediados del primer tiempo? ¿Por qué ahora nos ilusionamos con pasar a la siguiente fase? Además, la eliminatoria sudamericana es tan larga que cualquier pico de rendimiento que se alcance en esta Copa América apenas alcanzaría, con suerte, para tener un buen envión en las dos primeras fechas. En tres años los jugadores se lesionan, surgen nuevas figuras y las antiguas entran en declive, en suma, los planteles se renuevan. La eliminatoria es una maratón y la Copa América es una carrera de 400 metros planos. La primera mide la profundidad de los planteles, el compromiso de los jugadores, la planificación a largo plazo, la paciencia y la solidez de las organizaciones. ¿Por qué creen que nunca vamos al Mundial?
En lugar de vacunarnos contra un nuevo fracaso, juguemos nomás y seamos conscientes de que, para bien y para mal (pero, sobre todo, para bien), a Perú le toca cada cuatro años jugar en la misma liga de auténticos grandes como Argentina y Brasil. Y contra Colombia tratemos de imitar a Venezuela. Orden, disciplina, achique de espacios. Ahí está en video, fresquito.
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